A principios del siglo pasado la Argentina era uno de los principales productores de alimentos del mundo.
Cien años más tarde un grupo multidisciplinario de la Universidad de Buenos Aires que estudiaba el avance de la soja sobre la agricultura y la ganadería generadora de alimentos, buscando llamar la atención sobre los peligros que el monocultivo traía consigo, rebautizaron a la Argentina junto con Paraguay, Uruguay y Brasil como las Repúblicas Unidas de la Soja.
A fines del año 2001, Sofía Gatica comenzó a notar, en las calles del Barrio Ituzaingó Anexo de la Provincia de Córdoba, la presencia cada vez más frecuente de mujeres que caminaban con pañuelos ocultando una incipiente calvicie y de algunos chicos con barbijos.
A los pocos días le comenta el tema a su vecina, María Godoy que inmediatamente le dice que ella también ha notado lo mismo y es así como sin demoras se ponen a trabajar.
Una semana más tarde, un grupo de mujeres lideradas por ellas comienzan a recorrer el barrio portando un mapa en el que van marcando con un punto rojo, las casas en las que encuentran a personas gravemente enfermas.
Cuatro meses más tarde, las Madres de Ituzaingó han relevado todo el barrio y el panorama que se dibuja en el mapa es desolador.
De los 5000 habitantes del barrio, doscientos tienen cáncer, un número considerable de jóvenes de 18 a 25 años tienen tumores en el cerebro y hay trece casos de leucemia en niños que les llama poderosamente la atención.
El trabajo de los últimos meses fue agotador y las Madres de Ituzaingó no logran asimilar las imágenes de sus vecinas cubriendo sus calvicies con pañuelos y sobre todo la de los niños con barbijos jugando en los patios de las casas como si nada sucediera.
Pero la tarea recién comienza.
El barrio Ituzaingó Anexo es una muestra patente de la ausencia del estado y las cosas que van surgiendo, a medida que investigan, son cada vez más alarmantes.
Cuando el problema toma estado público y los vecinos comienzan a involucrarse, el recuento de las posibles causas que estarían provocando tasas no habituales de enfermedad y muerte van sumándose, y al arsénico encontrado en el agua se le suman los transformadores que contienen PCB, que son inmediatamente retirados por la empresa de energía de la provincia, más la firme sospecha de que otra de las posibles causas de contaminación podría estar dada por las continuas fumigaciones aéreas y terrestres, a las que están tristemente habituados, debido a la cercanía que tienen con dos campos que co-lindan con el barrio.
Conocidas las posibles fuentes de contaminación la reacción social no se hace esperar y comienzan a realizarse los primeros estudios para verificar las distintas hipótesis en juego.
Los estudios encarados por las autoridades provinciales, son incompletos y no siempre están bien hechos pero después de meses de trabajo y protesta las madres logran confirmar que sus tanques de agua tienen restos de los pesticidas, que se utilizan para fumigar en los campos vecinos y comienzan a exigir justicia.
Ocho años más tarde, las Madres de Ituzaingó logran que un Fiscal de la Provincia dicte una medida cautelar y ordene la detención de los dos productores, el dueño de la empresa de fumigación y el piloto que fumigaba en los campos que co-lindan con el barrio. Pero un tiempo después todos son liberados y la policía, que decía temer que algún tipo de represalia cayera sobre ellas, les deja un número de teléfono para que les den aviso en caso de que algo suceda.
Sofía Gatica escuchará atentamente lo que le están diciendo, mirará a uno de los policías a los ojos y sin pensarlo le dirá: ¿Si me matan cómo aviso? resumiendo en una sola pregunta, la desprotección al que están sometidas millones de personas en todo el mundo.
La pregunta recorrerá el país y la Presidenta de la Nación, mediante un decreto, ordenará que se inicie una investigación con el fin de determinar si los agroquímicos, que parecen estar en el centro de esta situación, están enfermando a la población, poniendo en el centro de la atención pública, un tema que hasta ese momento había sido deliberadamente silenciado.
Diez años después de que estas mujeres salieran a la calles y se animaran a trazar el mapa de la muerte, comenzará a tramitarse el juicio oral y público que sentará en el banquillo de los acusados a algunos de los responsables de este drama y la historia de este pequeño barrio, en el sur del planeta, será el punto de partida de una discusión mayor, cuyos alcances reverberarán con fuerza en el resto del mundo, ya que la contaminación, la enfermedad y la muerte son sólo la punta de un iceberg de una problemática que tiene carácter universal.
Los campos que lindan con el Barrio Ituzaingó Anexo están destinados al cultivo de soja.
Las fumigaciones que presuntamente enfermaron y mataron a muchos de los habitantes de ese barrio eran para proteger de malezas e insectos a los cultivos de soja que serían destinados a producir aceites de exportación y alimento para cerdos en Europa y China.
El monocultivo de soja, ocupó en los últimos quince años más del 50 % de la superficie sembrada del país, desplazando a la ganadería y a los demás cultivos relacionados con la generación de alimentos.
Alrededor de 300.000 pequeños y medianos productores perdieron sus explotaciones agropecuarias durante ese período y ante la ausencia de un Estado que deliberadamente fue debilitado y en muchos ámbitos destruido a partir de mediados de la década del 70, un nuevo actor, llamado agroindustria comenzó a dictar la agenda pública, en lo referido a la alimentación y a la producción agropecuaria de la Argentina y de muchos otros países del mundo.
Las cifras son contundentes.
En pleno siglo XXI, mil doscientos millones de personas están subnutridas y otras 925 millones no tienen dinero para comprar sus alimentos, ni posibilidades de cultivar la tierra para poder comer todos los días.
3000 millones de seres humanos, dos tercios de los cuales viven en el sur del mundo, todavía dependen de la leña como fuente principal de combustible para cocinar y calefaccionar sus casas.
1600 millones de hombres, mujeres y niños no tienen acceso a la electricidad y 2000 millones de personas dependen de animales para la agricultura y el transporte.
Los cambios en la manera de producir alimentos, los alimentos que comemos los dos tercios del planeta que tenemos la posibilidad de hacerlo, y el diseño de un desarrollo económico sustentable y socialmente equilibrado que contenga al tercio de la humanidad que actualmente está absolutamente desamparada, es algo que las Madres de Ituzaingó nos están obligando a pensar.